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FRANCISCO “EL MORO” III: LA CONVALECENCIA

Germán Ramos González\r\n\r\nCapitulo 3\r\n .\r\n Como pudimos llegamos a su choza, se ubicaba a un costado de la vía del tren, atrás de la colonia Chávez, allí donde los “invisibles” viven, es un sitio de inmundicia, una invasión, donde casi hay puros adultos y uno que otro menor, pero estos casi no permanecen en ese lugar, ya que abunda la suciedad, la droga y los malos hábitos.\r\n El Moro tenía un cuartito allí, meses atrás, ayudado por unos pacheritos que en su afán de obtener unos tragos de la botella de mezcal que había robado, le echaron una mano para construirla de materiales netamente reciclados, papel, catón, madera y algunas lonas que habían sido desechadas de una campaña política. Con eso levantaron su “palacio”, el que le daría cobijo en las noches y sobre todo en la época del extremoso clima invernal. \r\n A leguas se notaba que carecía de todo. Un colchón apoyado con bloques y ladrillos. Una mesita de madera. Por cierto aquí no se ve ningún metal. Material que es muy preciado para esta gente y de donde obtienen unos cuantos centavos para seguir drogándose. Francisco, tenía unas sábanas y cobertores sucios y pestilentes sobre la cama.\r\n Hasta eso, que anduviera como anduviera, siempre sabía llegar a su “casa”, para ello tomaba como guía los rieles de la vía del tren, siempre al poniente, para lo que seguramente usaba de referencia el imponente Cerro Cuchumá.\r\n Bueno, pase a esa “lujosa mansión”, casi cargando al Moro, lo avente a la cama y éste se recostó y jaló la cobija. Jamás dijo nada, ni una mirada que dejara entrever que estaba bien o que al menos agradecía el gesto. Nada. Ya lo sabía, no hay nada de que sorprenderse con este vejete mal encachado. Me pare sobre el umbral de la puerta, de espaldas al interior, eché una mirada a mí alrededor y me preguntaba cómo es que esa gente podía siquiera tener una vida más o menos llevadera, se carecía de todo, qué decir de algún servicio público, para nada, es más ni acceso tienen para llegar, ninguna chocita sirve, todos parecen parches de diversos materiales. Eso sí, imponente a unos metros de distancia se erige un ultramoderno edificio llamado Centro Estatal de las Artes (Cearte). Obra que contrasta con la paupérrima forma de vivir de esa gente. Los olvidados, los miserables, los que no tienen nombre, los repudiados, los mugrosos, viciosos, malandrines, sátrapas, escorias sociales, los que cometen todos los delitos que hay en Tecate y a los primeros que se los llevan en la razia, cuando en afán de engrosar las estadísticas de detenciones y cumplir la cuota mensual se trata.\r\n Avance, para que me quedaba, de todos modos ni podría tener la charla con el Moro, para que me siguiera contando sus aventuras increíbles, aunque le sacara las palabras con tirabuzón, debo admitir que si le entendía y lo comprendía.\r\n Mientras regresaba al centro, por mi cabeza pasaban mil cosas. Qué haría llegar al Moro a ese extremo de la vida, porque indudablemente esa no era vida, se trataba de la supervivencia o lo que también llaman los científicos el instinto de conservación, aunque para decir verdad, el geniudo no tenía al parecer nada que hacer en este mundo cruel, todo lo había perdido, absolutamente todo.\r\n Apenas tenía 54 años de edad, pero parecía de 80, las condiciones de salud, mentales y las cantidades de alcohol y droga que consumía habían hecho estragos lamentables en su humanidad. Su vida pendía de un hilo y quizá ni lo sabía. Y cómo darse cuenta, si la consciencia la perdió casi por completo, insisto, su corazón guardaba dentro de él un dolor que quemaba su interior, que lo hizo llorar lágrimas de sangre, desgarrársela vida, a pesar de que un día fue un personaje líder social que incursionó en la política y que logró renombre en la vida pública de esta ciudad, su familia, si es que la tiene lo rechazó o él mismo se alejó, hemos tratado de que nos cuente sobre ello, pero aparece la gran laguna, tan grande como el lago Ness, que le impide recordar o con el afán de no volver a llorar y sufrir, prefiere mejor mantenerse apartado de ese sentimiento. Sus amigos en cuanto dejó de tener posición y dinero se acabaron, ya no le queda nada, más que esperar la partida al viaje eterno, donde las sombras deambulan sin rumbo fijo, donde ya no hay sufrimiento, lugar al que parece apretar el paso.\r\n Lo fatalista de la vida del Moro me hizo pensar en compartir su historia, tal vez sea una más, pero les aseguro que lo que viene es mucho más interesante, su paso por la vida pública, su posición social, donde la paradoja de la rueda de la fortuna se hizo patente. Sus viajes en la decadencia y su terrible sumergimiento a un rictus de miseria.\r\n\r\nContinuará….\r\n\r\nEn estos capítulos conoceremos a El Moro, tal vez un personaje sin importancia, pero que tuvo algo que decirnos, será verdad, será fantasía, solo usted lo podrá decidir, siga a Francisco en sus aventuras a través de: www.radartecatenews.com.\r\n

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